Lidia Gutiérrez. Caminaba mientras se oían los crujidos de la madera con las pisadas de mis botas altas, mis manos permanecían dentro de los bolsillos de mi parca para poder resguardarme del viento fresco que se origina cada vez que me acerco a la orilla. Iba con la cabeza agachada intentando que mi boca y nariz se taparan con el cuello alto del abrigo y así evitar el enrojecimiento por el frío de mis mejillas y la punta de mi nariz. Cuando iba a llegar al fondo de la pasarela de madera para observar el mar, una figura desconocida yacía sentado con las piernas colgando y entre sus manos sujetaba lo que parecía una caña de pescar. Era un hombre anciano que llevaba ropa verde oscura y un gorro de lana. Susurré un pequeño “hola” mientras continuaba hasta el final del puente de madera e inspiraba y expiraba el viento fresco varias veces para así relajarme y acompañar el vaivén en calma del mar.
Me dejé llevar por el sonido sosegado del mar, las pequeñas ráfagas de aire, el sol comenzando a hacer su aparición y con ello, me comencé a sentir mareado; no podía apenas mantenerme en pie, no sé si tal vez pudiera ser del cansancio, del sueño o tal vez de la energía que se estaba brotando en el firmamento; pero mis ganas de vomitar se hicieron palpables y cuando me senté en la orilla cerrando los ojos para intentar tranquilizarme, una mano comenzó a acariciar mi espalda con afecto. No tuve que abrir los ojos para percibir el perfume de aquel anciano hombre que intentaba -o eso creía- pescar algún pececillo.
-Mírame- aquella voz gruesa pero tierna. En ningún momento había hablado hasta este mismo instante, y con ello, como una especie de orden, me entregué a su edicto. Pude observar unos ojos color avellana que me miraban preocupados y comprensivamente; su rostro era bastante joven para su edad, sin apenas alguna perceptible arruga más que en la frente y sus ojos. Aparté la mirada cuando algunas lágrimas comenzaron a asomar por mis ojos y volví a escuchar su mandato cuando giré la cabeza de nuevo para ver de nuevo sus pupilas intentando descifrar el enigma que me quemaba por dentro.
-Mírame y piensa en tus miedos- con un poco de duda y pena, estuve mirándole con plena confianza mientras mi cabeza era un terremoto de pensamiento y sentimientos guiados por sus pequeños luceros. Comencé a llorar más fuerte y con una pequeña sonrisa apaciguadora, el hombre me abrazó de forma fuerte y solemne.
-¿De qué tienes miedo?- me preguntó mientras aún acariciaba sutilmente mi espalda. Yo le miré y supe que él comprendía a la perfección todo lo que pasaba por mi mente y con mi pequeña voz audible añadí: “Ya sabes de lo que tengo miedo”, mientras absorbía mi nariz e intentaba secarme con las palmas de mi mano, pude ver como el anciano asentía lentamente sonriendo con añoranza y cariño.
-Mira hijo, la vida está llena de experiencias. Cualquiera que dijera que no tiene miedo, mentiría, porque todos tenemos ese pavor a dar el paso, a vivir nuevas situaciones. La diferencia es cómo afecta a cada persona: el miedo puede paralizar a ciertas personas, pero a otras les da la valentía y el coraje de luchar en el momento exacto con su escudo y su espada en llamas, listo para conseguir su sueño- yo miré al hombre mientras él hablaba de forma que parecía narrar la historia de un libro de literatura clásico con todos los conocimientos sobre la vida, aunque pensándolo bien, él los tiene debido a su edad.
Después de un pequeño silencio marcado por las suaves olas, hablé: -yo ante la situación que me da miedo, lucho y sigo adelante; el problema es antes… Mi cabeza es un torbellino de ideas y de sensaciones y me da tanto miedo no estar a la altura de lo que viene, que no sé cómo gestionarlo… - el hombre me miraba a los ojos, pero podía observar cómo estaba visualizando mi alma con cada palabra que salía de mi boca.
-Ese es el problema. El futuro es lejano y pueden aparecer mil cosas en tu vida, pero no puedes exigirte, martirizarte por algo que aún no tienes en tus manos. Es como la pesca: si pensaras todos los días que te levantas antes de que salga el sol que no vas a pescar ningún pez, no te levantarías a hacerlo, pero en cambio; todos los días tienes el motivo de creer que ese pez se puede envolver en la caña y llevártelo a casa- el hombre continuó hablando: -estás a la altura y más de lo que aparezca en tu vida, porque si no, no estaría en tu camino vivirlo. Eso quiere decir que tienes la fortaleza y valentía para vivirlo. Tal vez de una manera más delicada que el resto, pero a medida que pase el tiempo, eso se convertirá en un esfuerzo más enérgico y firme y cuando menos lo esperes, encontrarás a esa persona segura consiguiendo esos propósitos que tiempo atrás, considerabas inalcanzables - decía el anciano mientras me señalaba con el dedo el corazón y no para de mirarme a los ojos. Yo suspiraba mientras mi cabeza daba vueltas, creyendo que tal vez algo de la comida me sentó mal, hasta que pude percibir que mi cuerpo llegó hasta su límite debido al enredo de pensamientos que yacían en mi cabeza como mil piezas de puzle sin resolver. Respiré hondamente comprendiendo y discerniendo sus palabras con mi mente y corazón.
-¿Pero, y si no lo sé hacer bien?… ¿y si lo que es tan cotidiano y fácil para algunos como vivir solo y hacer las cosas diarias, o trabajar y que no sea una mentira, o confiar en las personas, o dar todo de ti a alguien a quien amas…? Tengo miedo. Me da miedo sufrir y hacer daño, me da miedo dar todo de mi alma y que lo vean como algo insignificante y solo se fijen en el exterior, o no ser suficiente en mi profesión, o vivir solo. Vivimos con la familia hasta que llega un día que te das cuentas que naces, vives y mueres solo; que, aunque tengas el apoyo de tu familia, tú eres el que tienes que luchar, el que tienes que vivir sin ayuda de nadie más que ti mismo. Duele dejar las cosas atrás, pero más duele la incertidumbre de saber si harás lo correcto en el futuro- terminé de decir como un desahogo desgarrado del alma. Nunca creí que iba a exteriorizar todo lo que llevaba por dentro y que, de alguna forma, me estaba quemando; y menos con un desconocido.
El anciano suspiró en forma de entendimiento -No puedes saber si harás lo correcto, pero sí que puedes saber que harás todo porque así sea, darás todo de ti para que las cosas sucedan de la mejor manera posible. El tiempo es la clave y el tiempo es el que pone todo en su lugar. Vas a sufrir, te mentiría si te dijera lo contrario, pero esa es la esencia de la vida: sufrir y aprender de ello. Estarás con mil personas alrededor y puede que solo una sea esa persona especial y de confianza, déjate llevar más allá del bloqueo y del miedo. No puedes pensar el momento en el que vivas solo, porque aún no ha llegado, y aunque es difícil; llegará y lo harás bien porque ya estás pensando en ello y sabes cómo funciona. No es lo mismo que alguien que se da de bruces tiempo más tarde; tú lo llevas en tu personalidad, intuyes y comprendes más allá y todo saldrá bien. El amor es muy difícil, sobre todo cuando amas con alma y de forma auténtica, pero te diré un secreto: las personas auténticas como tú -me señaló con el dedo índice- con su paciencia y espera, encontrarán a esa persona auténtica. Todos queremos a alguien que nos dé su cariño más allá de lo superficial y con quitar esa máscara que llevamos en la vida y la encontrarás, porque la conexión no se vive dos veces y porque tal vez para vivir una conexión fuerte y eterna, las dos personas tienen que vibrar en la misma sincronía para que la vida los junte de forma auténtica: a veces no es el momento cuando queremos, las cosas de la vida… pero llega y te prometo que de una forma increíble. Con más fuerza que nunca porque tú has madurado el amor propio y tal vez esa persona ha madurado lo que es el amor y dejar atrás los miedos al dolor, compromiso y a vivir algo tan intenso; la vida volverá a uniros, no se vive dos veces lo interminable. Respecto al sendero de la vida… el teatro como yo lo denomino, lleva siempre tu mejor gala y máscara, no nos queda de otra a las personas de corazón- terminó de decir el hombre y se giró a ver el mar y cómo el sol estaba alcanzando casi su punto alto en el cielo brillando con escrutinio y viveza.
El hombre miró hacia mi de nuevo y añadió lo último -no pienses en nada, haz cosas para mantenerte productivo y para que tu cabeza deje de pensar y tu alma deje de amar a cada instante. Todo llegará y cuando llegue, será más sencillo que lo que estás pensando ahora…porque si todas las personas pueden hacerlo, tú también llegarás; y de forma muy alta y brillante por ser único. Todo llega y de forma inimaginable para personas como tú que la vida sabe que llegarán lejos por su amor, pasión y autenticidad- y dicho esto, el hombre me abrazó de forma inexplicable y volvió a su posición inicial sujetando de nuevo la caña de pescar. Yo me quedé mirando el vacío después de toda esta charla que, aparentemente me pareció rápida, aunque cuando quise darme cuenta la hora había pasado.
Me senté a su lado y después de la profundidad de la conversación y mientras nuestras piernas colgaban en el puente de madera nos conocimos y estuvimos charlando sobre nuestras vidas efímeramente con alguna que otra sonrisa y carcajada por parte de ambos. Cuando miré el reloj ya debía de irme quedando en ver de nuevo al hombre los próximos días ya no solo para conversar, sino para disfrutar de la compañía del otro en calma y silencio. Abracé al hombre de forma cariñosa y familiar y con una despedida me giré.`
Aunque antes de irme de aquel puente de madera con mis manos en los bolsillos del abrigo, me giré para verle en la misma posición que cuando llegué, escuché atentamente la metáfora que hizo de la vida y la pesca: ‘si pensaras todos los días que te levantas antes de que salga el sol que no vas a pescar ningún pez, no te levantarías a hacerlo, pero en cambio; todos los días tienes el motivo de creer que ese pez se puede envolver en la caña y llevártelo a casa’.
Sonreí y me giré para preguntarle: “señor, ¿cuántos peces ha pescado hasta hoy?”. El hombre tardó unos segundos en girar mientras sus piernas se movían inconscientemente de forma contraria y con una enorme sonrisa contestó: “ninguno”. Yo le devolví la sonrisa, entendiendo entonces lo que verdaderamente es la vida. Y con ese nuevo aprendizaje y sabiduría que sabía que iba a ayudarme para el resto de mis días, me encaminé para ir a casa con una dulce sonrisa asomando en mis labios.
Este articulo fue publicado el 30 Abril 30UTC 2025 a las 9:18 am y esta archivado en Cultura. Puedes suscribirte a los comentarios en el RSS 2.0 feed. Puedes escribir un comentario, o hacer trackback desde tu propia web.